Cómo pasa EL TIEMPO. Hace más de seis años, el 7 de diciembre de 2010, escribí en estas mismas páginas una crónica sobre el veneno de mercurio que la minería ilegal está arrojando sobre Colombia, matando gente, animales, plantas, cosechas, aire, mares, ríos, caños, lagos.
Pues resulta que, por causas que desconozco, en estos días, mientras el Congreso Nacional está debatiendo una nueva ley contra el uso del mercurio, aquella vieja crónica circula de nuevo por las redes sociales. Tampoco sé quién la envía, pero no debe ser una casualidad, ya que en la naturaleza no existen las coincidencias sino la armonía del universo, como decía Einstein tan sabia y bellamente.
En aquel escrito mencioné, de paso, el “mal de Minamata”. Lo que se discute ahora en el Senado es, precisamente, la ratificación del Convenio de Minamata, que compromete a los países del mundo en la eliminación de emisiones de mercurio contra el medioambiente. Más adelantico les cuento, con cifras y detalles, la cantidad de víctimas colombianas que se han ido detectando en los últimos tiempos.
Todo empezó hace casi sesenta años en el Japón. En la ciudad de Minamata, a orillas del mar, se desató una peste causada por los desechos mercuriales que las industrias de las inmediaciones arrojaban al mar. Fue tan grave que en un solo año, 1956, murieron cincuenta personas. Y en los doce años siguientes se contabilizaron más de quinientos casos.
Los pájaros que bebían aquellas aguas se quedaban ciegos. Pescados y mariscos se contaminaban. Los niños morían con el cerebro destrozado. Las madres embarazadas abortaban de repente en medio de terribles dolores.
Hasta el año 2001 habían muerto 900 japoneses y 2.000 más estaban enfermos. Solo entonces el mundo se puso en marcha para remediar semejante tragedia y se inició una cruzada internacional contra el mal de Minamata.
"Por fin hay una luz de esperanza. Que los camarones no sigan naciendo sin patas, que las aguas no se pudran con la porquería industrial"
Liderazgo retrasado
En el 2013, Colombia y 140 naciones más suscribieron el Convenio de Minamata. El liderazgo de nuestro país en esas negociaciones fue tan notable que ganó por ello varios premios internacionales otorgados por los ambientalistas. Por eso, uno no entiende que, casi cuatro años después, todavía no lo haya aprobado el Congreso, como lo mandan las leyes.
–Lo que ocurre –me dice el senador Luis Fernando Velasco– es que el Gobierno Nacional, que tiene la facultad exclusiva de hacerlo, se demoró en radicar el proyecto, y solo lo presentó a las cámaras en octubre de 2016.
Ello fue posible gracias a la labor de dos senadores que le insistieron al Gobierno, elaboraron el texto y convencieron a sus colegas. Luis Fernando Velasco, quien fue presidente del Senado y es oriundo del Cauca, asumió con entusiasmo la promoción de aquella ley. La senadora antioqueña Nidia Marcela Osorio lo acompaña en la ponencia. Hace veinte días comenzó su aprobación en la Comisión Segunda. Todavía falta por recorrer un largo camino.
El mapa del horror
Me puse a averiguar historias humanas y cifras sobrecogedoras sobre los daños que el mercurio le causa a Colombia. Según los informes más recientes de la Contraloría General de la República, en este momento hay 21 departamentos afectados por esa tragedia. Son el 66 por ciento de los departamentos, nada menos. Se calcula que 400 municipios padecen el mercurio.
En los últimos cinco años se han detectado dos mil casos de envenenamiento con mercurio, un elemento químico que se utiliza para desprender el oro de las piedras a que está adherido. Las regiones más afectadas son Antioquia, Córdoba, Chocó, Bolívar y Sucre. El mercurio es la principal amenaza sobre los ecosistemas del país.
La plaga mercurial, con sus secuelas venenosas, se está extendiendo como una metástasis por todo el organismo colombiano, no solo en áreas rurales sino, incluso, en grandes centros urbanos, a través del pescado de río y mar que llevan a los mercados, como sucedió recientemente con el atún. O de las frutas y verduras, gallinas y cerdos contaminados procedentes de esas regiones.
Según la Defensoría del Pueblo, me dice el senador Velasco, “en el 40 por ciento de los municipios del país hay minería ilegal, también conocida como minería tradicional o artesanal”.
Subcampeones mundiales
El senador Luis Fernando Velasco se puso en contacto con Mercurywatch, el sistema mundial que monitorea el uso del mercurio en la minería de oro, y de allí le informaron que Colombia tiene hoy el doloroso título de ser el segundo país que más contamina por la emisión de esa sustancia. Se estima que hemos llegado a emitir, en un año, hasta 180 toneladas de mercurio.
Virgen Santísima: 180.000 kilos por año. El primero es China, con 440 toneladas, y es mejor que no nos pongamos a comparar el tamaño de las dos naciones. Y menos la población.
Por eso, agrega Velasco, es urgente lograr ya la aprobación parlamentaria del tratado. “Ese convenio nos brindará instrumentos concretos para proteger la salud humana y el ambiente, y, además, para legalizar y formalizar la minería artesanal”.
Hasta este momento, el Instituto Nacional de Salud informa que no hay registros de la aparición del síndrome de Minamata en Colombia, pero sí los hay de personas, animales y plantas intoxicados con mercurio. Su gravedad varía según los casos.
En paz con la naturaleza
En septiembre del año pasado, hace siete meses, el Departamento de Planeación Nacional hizo una minuciosa investigación en diferentes regiones sobre la devastación ocasionada por el mercurio. Sus conclusiones son aterradoras. “También tenemos que hacer la paz con la naturaleza, porque el mercurio sigue causando estragos”, dice Planeación.
Miren esto: según el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública, la situación empeora cada día. En solo dos años, entre 2013 y 2015, hubo 1.126 pacientes envenenados con mercurio en 18 departamentos, “pero estos datos pueden ser mayores teniendo en cuenta que solo abarcan la atención hospitalaria de intoxicaciones agudas”. Quién sabe cuántos más se quedarán sin ir al hospital. Si es que hay hospital…
Las regiones más afectadas, en esos mismos dos años, fueron: Antioquia, con 312 casos; Chocó, con 218; Córdoba, con 206; Bolívar, con 167, y Sucre, con 143.
El mismo Sistema de Vigilancia agrega que “en el 60 por ciento de los municipios con minería ilegal se registran casos de intoxicación por mercurio”.
¿Más desempleo y pobreza?
No hay nada, naturalmente, que pueda justificar un atentado semejante contra la humanidad y la naturaleza. Eso es peor que una bomba atómica. Pero también es cierto que, si la Ley va a prohibir desde el año entrante el uso del mercurio en la minería, entonces crecerán la pobreza y el desempleo en esos pueblos incontables.
El senador Velasco, que ha estudiado cuidadosamente esa materia, me dice:
–Numerosos estudios científicos proponen utilizar sustancias distintas al mercurio y el cianuro. Uno de ellos es el alcohol que se emplea en la fabricación de jabones y champús. Se ha comprobado que esos alcoholes son tan eficientes que pueden sacar a flote entre un noventa y un ciento por ciento del oro.
Es decir: se trata de nuevas tecnologías que permiten extraer más cantidad de oro a un costo muchísimo menor para el organismo humano y el medioambiente. Ya se están experimentando en algunas minas del Chocó.
Foros con los mineros
Ante este panorama, el otro día el senador Velasco le mandó una carta al ministro de Medio Ambiente en la cual le pedía que no se pierdan de vista las implicaciones sociales que va a tener la prohibición del mercurio.
–Se trata de comunidades económicamente muy vulnerables –me explica el senador–. La minería es su único medio de manutención. Por ello le propuse al Gobierno que, apenas aprobemos el Convenio de Minamata, se busque también la promoción de las nuevas tecnologías y la formalización de esas actividades de subsistencia en todo el país.
En ese sentido, ya se están planeando los primeros foros regionales entre el ministerio y los mineros informales, para que conozcan los efectos del convenio, las nuevas técnicas de trabajo y los procesos de legalización.
Epílogo
El senador Velasco también piensa que, inclusive, y con la orientación gubernamental, en las poblaciones mineras se podrían organizar cooperativas que reduzcan los costos de trabajo, que sean amigables con la naturaleza y que instalen entables modernos. (Se llama ‘entable’ la planta donde se separa el oro de la piedra y la arena).
Por fin despertó el Estado colombiano. Ya era hora. Por fin hay una luz de esperanza. No más destrucción ni muerte. Que los camarones no sigan naciendo sin patas, que las aguas no se pudran con tanta porquería industrial, que los plátanos vuelvan a ser pintones, que los ríos no parezcan un cementerio, que las madres no alumbren hijos de un solo ojo, que las hojas vuelvan a ser verdes, que las mujeres no aborten en la mitad de la calle, que los pescados no se mueran en los playones con la boca abierta. Que el agua de las acequias vuelva a oler a flores frescas y no a letrina química.
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