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Tras las huellas de un 'tigrillo raro'



Después de 16 años Manuel Ruiz descubrió que una piel rara era una nueva especie de gato americano.

El profesor Manuel Ruiz García es investigador de genética molecular en mamíferos en la Pontificia Universidad Javeriana.

Ni su cola, su pelaje, su cabeza o su tamaño son comparables a los de otro felino que recorra las empinadas montañas de los Andes. Su existencia, como especie, data de entre uno y dos millones de años, pero solo hasta hace un par de meses hubo evidencia de que era “algo totalmente distinto” a lo que se conocía. Tardó 16 años verificar lo que sus genes comprueban: es una nueva especie de felino para América Latina y habita en el sur del país, puntualmente, en Nariño.

Se ha denominado Leopardus narinensis y la primera persona que notó, en el 2001, su particular patrón de piel fue Manuel Ruiz García, científico del Grupo de Investigación de Genética de Población Molecular y Biología Evolutiva de la Pontificia Universidad Javeriana. 

La sola observación de la piel le bastó a Ruiz García para emprender un camino de investigación que le tomaría más de una década; varios viajes, experimentos infructuosos, revisiones en museos de historia natural y un análisis de bases de datos genéticas que le dio a su corazonada de investigador el soporte científico para hablar de este nuevo hallazgo para la biodiversidad nacional.

En el 2001, a propósito de una investigación de un estudiante que iba a analizar la craneometría de jaguares y pumas, este biólogo catalán, radicado en Colombia hace 20 años, pasó un día en la Colección Biológica del Instituto Humboldt en Villa de Leyva (Boyacá). Pidieron los permisos requeridos, viajaron hasta allá y él empezó a ‘chismosear’ las pieles y los animales que tenían en esta colección, que hoy almacena el 66,43 por ciento de la fauna de mamíferos conocida para Colombia.

El tigrillo siempre ha estado en su gusto como investigador, porque es la especie más pequeña del género Leopardus que habita Colombia. En el país se han considerado tradicionalmente seis especies de felinos: jaguares, ocelotes, pumas, margay, tigrillos y yaguarundi. 

“Recuerdo que le comenté al estudiante que me acompañaba: ‘esa piel es de algo muy raro’. No correspondía a ningún patrón, tipo, forma de cabeza, coloración de fondo de otras especie de felinos silvestres que tengamos registrados”, relata. En ese momento pidió permiso para tomar un pequeño trozo de su piel y estudiarla con la lupa de la genética. Para comienzos del nuevo siglo, en su laboratorio trabajaban con marcadores genéticos conocidos como microsatélites, que son pequeños segmentos de ADN que no codifican ningún tipo de proteína y son utilizados, por ejemplo, para análisis de paternidad.

Con estos marcadores hizo un primer análisis de filogenia, campo que estudia el parentesco entre distintos grupos de individuos. 

“No era el mejor método, era lo que teníamos en ese momento para compararlo con algunas especies de pequeños felinos manchados y tigrillos de Perú, Ecuador y Bolivia”. Los resultados no fueron conclusivos. 

Entre las hipótesis que rondaban en su cabeza había una que, aunque poco probable, podía someter a prueba. A lo que más se le parecía esta piel rojiza y sin un patrón muy definido era a una especie de felino que solo vive en Chile. 

Es muy difícil que un animal, cuya piel tenía datos de haber sido colectada por la Policía –en los años ochenta en inmediaciones del volcán Galeras en Nariño–, hubiera recorrido desde el país austral hasta Colombia. Un jaguar o un puma pueden moverse en un rango mucho más amplio que el de este raro felino, que es más pequeño

La siguiente posibilidad –que estuvo varios años entre las más opcionadas para darle fin al misterio– fue que este felino era de una especie que vive en Ecuador, y que logra su distribución en Argentina y Chile. Se le conoce como el gato pajonal o colocolo (Leopardus colocolo). 

“No estaba muy familiarizado en ese entonces con esa especie, porque sé que tienen una gran cantidad de variaciones y sus pieles son muy disímiles”. Decidió, entonces, enviar una foto de la piel a una investigadora española especialista en colocolos (la doctora Rosa García Perea). Después de unos meses, llegó la respuesta: la fotografía no correspondía con uno de estos felinos. La española le afirmó que lo más seguro era que se tratara de “uno de esos tigrillos raros que aparecen de vez en cuando”. Paró un tiempo la investigación y cesó la intriga. Luego, comenzó una colaboración con Daniel Cossíos, científico peruano, quien estaba haciendo su tesis doctoral en Canadá. 

Justo estaba estudiando la especie de colocolos, que por su distribución era el más cercano a estar emparentado con la rara especie. Tras la insistencia de Ruiz García, le envió una muestra y el resultado volvió a ser conclusivo: “no es un colocolo. Debe ser de alguno de esos tigrillos raros que aparecen de vez en cuando”, le repitió el investigador. Para ese momento, ya habían pasado cuatro años desde la primera vez que estudió la piel. 

Solo en el 2009 se publicó el artículo que trabajó con el investigador peruano. La cuestión de la posible nueva especie quedó archivada por varios años en sus trabajos. Y solo desde el 2015, volvió a los tigrillos. Otra vez –como en el principio– la investigación de una estudiante sugirió el análisis de la rara piel.

“Con una estudiante de doctorado decidimos hacer un análisis comparativo de cinco de las seis especies de felinos que viven en Colombia. Las comparamos con muestras procedentes de Centroamérica y otros países de Suramérica”. 

Entre esas muestras estaba la del gato manchado de Villa de Leyva. Después del trabajo de laboratorio, Ruiz García tomó los datos compilados por su estudiante e hizo un trabajo matemático a través de un software, que le reveló una verdad buscada por varios años: este individuo apareció en los árboles filogenéticos como algo que no se comportaba como ninguna otra especie del género Leopardus hasta ahora conocida en Latinoamérica

“Su aspecto morfológico era diferenciado respecto a lo que ya conocíamos. Pero, por fin, tuvimos la primera gran evidencia de que no era ningún colocolo, ningún tipo de tigrillo ni cualquier gato raro que aparece de vez en cuando”. 

¿Qué se puede conocer de este nuevo felino?

Es una especie que está más emparentada con una especie chilena (Leopardus guigna) y con Leopardus geoffroyi, que es un pequeño gato manchado que se encuentra en Bolivia, en el norte de Argentina, el sur de Brasil y parte de Uruguay. Pero es claramente diferente de ellas. No es solo el parecido físico, sino la cantidad de genes analizados. Sabemos que esta presunta nueva especie debió divergir aproximadamente entre un millón y millón y medio de años (durante el Pleistoceno) de otras formas de felinos, concretamente de los ancestros de Chile, Bolivia y Argentina. Hoy en día se descubren, supuestamente, muchas especies, pero lo que yo creo es que son “perros con diferentes collares”, es decir, animales que ya se conocían y que rebautizan con diferente nomenclatura, porque ya se puede hacer una descripción más precisa de las nuevas especies. 

En cambio, en este caso es algo que pasó desapercibido. Es un pequeño felino manchado que se asumió que era un tigrillo. 

¿Se han hallado otros ejemplares? 

Encontré un segundo ejemplar con las mismas características físicas en el Museo de Historia Natural de la Escuela Politécnica Nacional del Ecuador en Quito. Allá tienen otra piel de animal que es idéntica a esta piel que hemos analizado, ellos ya me enviaron muestras y espero que en los próximos meses también la podamos estudiar para ver si los resultados coinciden con este ejemplar del Humboldt. 

La distribución de esta nueva especie sería la zona de Pasto y el norte del Ecuador. Hasta el momento, son las únicas dos pieles que tienen esas características que he encontrado en los diferentes museos. 

¿Qué falta para considerarlo una nueva especie? 

En este momento, nosotros escribimos la publicación correspondiente. Está pasando bajo la revisión de la reconocida revista digital Plos One. Todavía no tenemos los comentarios. 

El artículo también abarca el hecho de que dentro de lo que denominamos tradicionalmente tigrillo puede haber de cuatro a cinco especies diferentes, que en este caso sí serían animales ya conocidos por la ciencia, pero que tendríamos que cambiarle el nombre científico para adaptarlos a los nuevos resultados genéticos.

¿Se le ha observado en el medio natural?

Los trabajadores en campo tendrían que utilizar cámaras trampa en zonas cercanas al volcán Galeras, para ver si se puede identificar algún animal vivo. Lo único que sabemos de las dos pieles es que fueron recolectadas a finales de los años 80 y principios de los años 90. No tenemos ningún registro fidedigno de que a esta presunta nueva especie alguien la haya visualizado en la naturaleza. 

Para conocer de su comportamiento, tendríamos que haber tenido algún animal en cautiverio o que se le hiciera un seguimiento a través de un radio collar. Por ahora, lo único que podemos saber es hace cuántos millones de año se separó su linaje. 

¿Qué lo mantuvo interesado durante 16 años en el estudio de esta especie? 

Siempre pensé que era diferente. Mi gran duda al principio era que fuera un híbrido. En el caso de los felinos, incluyendo los leones, los tigres y los jaguares, todos son muy homogéneos cromosómicamente, por eso se pueden hibridar leones con tigres. Por eso, siempre quise ser conservador con esta piel. No me arriesgué a decir que era una nueva especie. 

Y pasaron los años, vinieron otros museos, países, investigaciones, muestras, pero seguía inquieto: algo distinto había visto esa vez en Boyacá. Pero con esos datos moleculares de los últimos dos años ya lo puedo decir con tranquilidad. Es algo diferente. Dicen que para hacer ciencia, se necesita paciencia. Y eso me pasó.

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