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De las 3.000 especies de peces del país, 107 están amenazadas

El año pasado, 56 científicos de diferentes disciplinas viajaron a la isla Cayo Serrana para evaluar la salud del ecosistema. Recopilaron más de 2.400 datos sobre la biodiversidad del país. Tortugas marinas, corales y aves también fueron estudiados.




“¿Se imaginan que exista una civilización extraterrestre con capacidad de agarrar un telescopio y mirar lo que está pasando en este mundo? Todas las guerras, la desigualdad social, la hambruna, la inequidad. Dirían que estamos muy mal, que vamos por el camino equivocado. Pero de repente vuelven a mirarnos y ven lo que pasó con la Expedición Científica Seaflower y seguro dirían: ‘Todavía queda algo de esperanza, no todo está perdido’”, dice el director de Colciencias, César Ocampo, para referirse al trabajo realizado por 56 científicos en la isla Cayo Serrana el año pasado.

Con el objetivo de generar conocimiento sobre uno de los mayores santuarios de arrecife de coral en el mundo, la Comisión Colombiana del Océano (CCO), junto con otras entidades, decidió darle vida al Plan de Expediciones Científicas Seaflower, un trabajo de campo que abarca varias líneas de investigación, como el aprovechamiento sostenible de los recursos marinos, costeros y continentales; la educación y cultura marítima, y las amenazas y riesgos del ecosistema, así como la biodiversidad que en sus entrañas guarda este ecosistema declarado por la Unesco reserva de la biosfera en 2010.

El secretario ejecutivo de la CCO, Juan Manuel Soltau, aprovechó para jalarles las orejas a los políticos “por no invertir lo suficiente en la ciencia y reconocer su valor a largo plazo”. Soltau no está de acuerdo con que el sector marino reciba apenas $3.500 millones para hacer investigación en 928.660 km², muchos aún inexplorados y que no cuentan con datos técnicos y científicos que contribuyan a la conservación.

Por eso, la expedición realizada en la isla Cayo Serrana, a 150 kilómetros de Providencia, en el Caribe occidental, genera tanta expectativa. Es un ecosistema relativamente alejado de las superpoblaciones y las presiones del hombre, razón por la cual servirá como referente de comparación con otros lugares donde la sedimentación, la pesca ilegal, la infraestructura a gran escala y el turismo masivo han llegado a la brava.



“Hemos visto que son ambientes antiguos y, aunque están relativamente alejados, presentan contaminación marina por residuos sólidos, aumento de la temperatura del mar, enfermedades en corales y especies de peces que han aumentado su presencia o sencillamente han desaparecido del lugar. Sin embargo, creo que ninguno de los científicos se atrevería a decir que todo esto es producto del calentamiento global, porque, sencillamente, no contamos con una serie histórica de datos suficientes para sacar ese tipo de conclusiones”, explica Soltau.

Los resultados de esta travesía sirvieron para incorporar más de 2.400 nuevos datos al Sistema de Información de la Biodiversidad Colombiana (SIB). Por ejemplo, se supo que de las 653 especies de peces que se han encontrado hasta el momento en Seaflower, 377 están en las islas Cayos del Norte, es decir, Quitasueño, Roncador y Serrana.

“En Colombia hay un poco más de 3.000 especies de peces, 107 están bajo algún grado de amenaza y, de ese número, el 18 % se encuentra en las islas Cayos del Norte. Hay especies que ya ni siquiera existen y solían ser abundantes en este territorio”, dice Arturo Acero, del Instituto de Estudios en Ciencias del Mar, de la Universidad Nacional.

Las tortugas marinas fueron otro de los temas de investigación. Bajo la batuta de Karla Barrientos, bióloga y directora de la Fundación Tortugas del Mar, se pudo constatar, durante un trabajo diurno y nocturno que exigía revisar las huellas de los animales sobre la playa y encontrar sus nidos escondidos entre las ramas, que Cayo Serrana tiene presencia de tres especies de las siete que hay en el mundo.

Los investigadores encontraron que de las cinco especies de tortugas marinas que llegan a territorio colombiano cada año, todas bajo algún grado de amenaza, la cabezona, la carey y la verde se encuentran en la isla. Sin embargo, las presiones sobre estos animales persisten: la captura incidental, la sobrecosecha de su carne y huevos, las mallas de pesca industrial, la ingestión de plásticos, el cambio climático y la industria ilegal de su caparazón las tienen acorraladas.

En cuanto a los corales, el trabajo se enfocó en indagar su pasado y el estado de salud en el que se encontraban. Los investigadores extrajeron el núcleo de los corales y pudieron medir su densidad, extensión y calcificación.



Así como ocurre con los árboles, donde se cuenta el número de anillos que hay en el tronco para saber cuán viejo es, los corales tienen líneas que indican su edad.

“Lo que podemos deducir hasta el momento es que en los años más calientes tenemos tasas de calcificación que van descendiendo, lo que significa que la estructura del coral se hace más débil, como si a mayor temperatura sufriera de osteoporosis”, explica lúdicamente López.

Los corales de Serrana mostraron varias enfermedades y afectaciones, entre ellas lunares oscuros, blanqueamiento, palidecimiento y depredación.

Los resultados aún no están completos, pero las investigaciones en Seaflower continuarán durante los próximos años. Serranilla, Quitasueño, Cayo de Bolívar y Albuquerque, y Providencia serán los destinos de las próximas expediciones científicas.




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