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Campesinos se vuelven empresarios a punta de recursos genéticos

Foto: Natalia Borrero, prensa Fondo Acción

Planeta es la única empresa de Vigía del Fuerte, en el Urabá antioqueño, que ha desarrollado productos no maderables del bosque. Después de talar el árbol de jagua durante décadas, descubrieron que su fruto se puede comercializar en las grandes empresas del país a las que luchan por llegar.

La empresa Planeta es un caso aparte. No es como tantas otras que tienen sede en Bogotá, comercian con extranjeros y reciben grandes ingresos. Para llegar a ella desde la capital hay que coger un avión hasta Medellín, una avioneta hasta el “aeropuerto”, que es un montón de pasto con una raya mal demarcada, y una chalupa para atravesar el río Atrato. Si el clima es favorable, con suerte llegará a su destino final: Vigía del Fuerte, en Urabá, Antioquia. Esta es una de las principales dificultades de la empresa: la distancia.

Nemecio Palacios, cofundador de Planeta, asegura que “de Vigía a Medellín cuesta $2.200 transportar el kilo de jagua (fruta típica de la región) en avioneta, y se demora una semana en llegar a esta ciudad, esperando que haya cupo en el avión”.

Basta caminar unas cuantas cuadras de tierra no pavimentada en Vigía para llegar al lugar de reunión de los socios de Planeta. Una casa hecha de madera que resalta en medio de las demás viviendas, pequeñas, coloridas, sin puertas, ni ventanas. Ese es uno de los pocos sitios donde a duras penas entra el internet y donde la energía es intermitente, un reto para los empresarios de Planeta que, si tienen suerte, podrán enviar correos a sus clientes antes de que los computadores se apaguen de repente.

Aun en estas condiciones de pobreza y abandono estatal, los campesinos se organizaron para darse una nueva oportunidad con la creación de Planeta. La empresa nació en febrero de este año como una revolución contra las multinacionales. Vieron cómo éstas explotaban su territorio, les pagaban minucias y se iban con la riqueza.

Entonces crearon una empresa para mejorar la calidad de vida de los habitantes y darle un mejor uso al bosque con productos no maderables. Para eso se ingeniaron nuevas alternativas: el aprovechamiento de recursos genéticos y derivados, como compuestos químicos, bioquímicos y moléculas de la flora. En especial de la jagua, una fruta comestible que crece en los bosques tropicales de Colombia y tiene un líquido azul en su interior.

“La jagua es un árbol tradicional de acá. Nuestros ancestros lo utilizaban para sacar canalete, un mecanismo de remo; cabo de hacha, que es una madera muy fina, y en la cultura indígena siempre lo han utilizado para teñirse la piel”, afirma Melkin Palacios, cofundador de Planeta. Eso quiere decir que antes destruían el árbol de jagua, pero ahora “hacemos planes de manejo para no deforestar”, añade Palacios.

En vez de talar el árbol de jagua, Planeta y la empresa Ecoflora descubrieron un nuevo uso de la desconocida fruta de jagua para dejar de maltratar el bosque. Su colorante azul se utiliza para bebidas, cosméticos e industrias de cuidado personal, y se fabrica a partir de la genipina, un compuesto químico que está adentro de la jagua. En Colombia todavía es raro escuchar que las empresas comercian con recursos genéticos o derivados, pero Planeta ya lo está haciendo con el colorante de esta fruta.

Paula Rojas, coordinadora del grupo de recursos genéticos del Ministerio de Ambiente, afirma que el proyecto de Planeta “es uno de los ejemplos más reales en materia de acceso a recursos genéticos. El problema es pasar de la producción a la comercialización”. Planeta tiene jagua por cantidades, pero los compradores se cuentan con los dedos. Nombres como Don Juan, empresa que comercializa productos, y Crepes & Waffles suenan entre los socios. Por ahora, Planeta debe enviarles a sus aliados las muestras de jagua y esperar sus visitas en Vigía.

Mientras esto resulta, usan la palma de murrapo para extraer palmitos y jugo, que sí son apetecidos entre los vecinos de la región por sus cualidades afrodisiacas. De la palma se usan dos cosas: la pulpa de fruta del murrapo para hacer el jugo y el cogoyo para sacar los palmitos blancos.

Cuando los campesinos van al monte para cosechar la palma deben usar botas pantaneras, porque el agua sube hasta los muslos y es difícil moverse entre el lodo. Una vez recolectado el palmito, le quitan las capas y lo meten en pequeños vasos que traen de Medellín luego de 12 horas de viaje en carretera. Por bien que les vaya en el mes, venden 10 vasos de palmitos, cada uno a $6.000.

A pesar de los tropiezos de Planeta, sus fundadores reconocen los beneficios que la empresa ha traído a la comunidad. El tejido social que se había perdido por el conflicto armado está fortalecido y campesinos e indígenas emberas trabajan unidos por la comunidad. Los niños, aunque descalzos, bailan hasta la noche champeta, salsa choque y reguetón, mientras los adultos se sientan a la orilla del río Atrato para conversar y despedir la luna que se oculta entre los enormes árboles.

FUENTE: EL ESPECTADOR

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