Un pacto para rescatar el río Magdalena
Expertos de la academia, del Gobierno y del territorio se reunieron a hablar de cómo salvar esta macrocuenca. Todos creen que es esencial tener en cuenta la información científica a la hora de tomar decisiones.
El evento “Magdalena, río de grandes oportunidades” tuvo lugar en el JW Marriott de Bogotá, el pasado 7 de noviembre. |
Caras de la academia, del Gobierno y del territorio
se reunieron a hablar de cómo salvar su macrocuenca. Hay una esperanza: que el
país decida teniendo en cuenta la información científica con que se cuenta.
En cincuenta años las lluvias extremas sobre
Cundinamarca, Antioquia, Magdalena, Atlántico y otra decena de departamentos se
convertirán en la noticia de última hora de los periódicos y noticieros del
país. Los detalles no serán novedad: inundaciones, avalanchas, damnificados. Un
panorama nada prometedor. Así lo pronostican hoy los datos que existen sobre el
río Magdalena y el río Cauca.
¿Cómo lo saben? Sus aguas han sido estudiadas por
más de 20 años. Se ha analizado desde la dieta de los habitantes que viven
junto a los ríos, en las ciénagas, en las planicies inundables, al lado de las
lagunas y de los embalses, hasta el uso que les dan a sus tierras. Éstas
representan el 24 % de la superficie nacional, y revelan datos sobre minería,
agricultura, ganadería y generación de energía dentro de esta macrocuenca.
La conclusión es que, “a lo largo de los años, ese
ecosistema ha sufrido todo tipo de daños”, asegura la directora de la Fundación
Natura, Elsa Matilde Escobar. Una serie de golpes que afectan el correr natural
de sus aguas y el paso regular de sus especies acuáticas. Esta organización
ambientalista es precisamente la encargada de mejorar la salud de ambos ríos
para 2021, con dineros del Fondo Mundial del Medio Ambiente (GEF, por sus
siglas en inglés).
Escuchar consejos es de sabios
Hace una semana, el 7 de noviembre, la fundación
invitó a una decena de aliados para hablar sobre su nueva misión. Directores de
institutos ambientales, investigadores, representantes del Gobierno, profesores
expertos y defensores que tienen algo en común. Todos han leído estudios sobre
la cuenca del Magdalena-Cauca, han visto sus enfermedades, analizado los
posibles antídotos para aliviarla y saben a qué atenerse si el país se queda de
brazos cruzados.
Fueron convocados para encontrar una solución,
aunque seis horas no sean suficientes para reparar un ecosistema deteriorado.
En los últimos años, el Cauca se secó como nunca antes durante el verano
provocado por el fenómeno de El Niño y el Magdalena se subió tanto por La Niña
que su caudal dejó sumergidas poblaciones enteras, como Santa Lucía y
Candelaria en Atlántico.
Bien podría decirse que el responsable fue el
clima, pero quedarían varios culpables por fuera, como la pérdida de bosque, la
tierra desgastada, los muros de las hidroeléctricas que impiden el paso del
agua, así como las tierras utilizadas para las vacas o para los cultivos, la
minería y los sedimentos que ha traído la apuesta comercial por volverlo a
navegar.
El problema es que no habrá mejoría “si, por un lado,
trabajamos en su recuperación y, por el otro, se dictan políticas que van en
contra de la salud del río”, dice Escobar. La explicación que dan los expertos
es que la información científica no llega hasta los escritorios indicados.
En palabras del director del Ideam, Ómar Franco,
“el país tiene que aprender a tomar decisiones técnicas basadas en conocimiento
y en la ciencia exacta que se puede construir desde las comunidades”. Para él,
los mapas de amenaza por inundación y las guías de monitoreo de recursos
hídricos que ofrece su instituto serían útiles para anticiparse a los
desastres.
Pero qué tan bien se usa esa información ya no
depende de él. Y para Hernando García, subdirector del Instituto Humboldt, ese
es precisamente el reto. Hay múltiples actores en el país produciendo
información no oficial, pero y el Sistema de Información Ambiental Colombiano
(SIAC) deberá incluirla como instrumento clave para el destino del país.
“Falta entender cómo está funcionando
hidrológicamente la cuenca del Magdalena-Cauca”, de acuerdo con García. Y eso
implica monitorear los ecosistemas desde una visión más amplia, desde el estado
en que están hasta la interacción entre su biodiversidad, y otras variables.
Es decir, “tomar provecho de la ecología, la
biología, la hidrología y la ingeniería, que siempre han estado relegados”,
explicó el profesor de la Pontificia Universidad Javeriana Nelson Obregón. ¿La
razón? “Haber pensado siempre desde la funcionalidad”, concluye el experto.
Empezar a cambiar ese chip fue exactamente la
intención del evento, bautizado “Magdalena, río de grandes oportunidades”. En
él se dieron los primeros pasos hacia un pacto para salvar este ecosistema que
produce la mayoría de bienes y servicios del país. Así lo cree el asesor sénior
en ciencias de The Nature Conservancy (TNC), Tomas Walschburger.
De no ser así “es la crónica de una muerte
anunciada”, consideró el experto que se ha pasado los últimos años estudiando
el deterioro de la macrocuenca. Su consejo es ser un buen filósofo del río: “El
saber que si tomo una decisión podría estar afectando al otro”, es decir, a los
otros 37 millones de colombianos que dependen del Magdalena y del Cauca y de
los cuerpos de agua, que finalmente son seres vivos.
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