Una revolución verde
La bioeconomía se podría convertir en un excelente modelo económico para el país, a partir del aprovechamiento sostenible de su biodiversidad.
Río Quito y Cantón de San Pablo son dos municipios del Chocó ubicados entre Quibdó e Istmina. Además de la pobreza, ambas comunidades sufren el flagelo de la minería ilegal que ha deforestado centenares de hectáreas de bosque nativo, ha destruido cultivos de pancoger y ha contaminado las fuentes hídricas.
Allí, Colorganics, una empresa dedicada a la investigación, producción y comercialización de colorantes naturales para las industrias alimenticia, farmacéutica y cosmética, lleva a cabo con el apoyo de Usaid un proyecto de siembra de achiote, planta que crece silvestre en la región. Busca que los habitantes de Río Quito y Cantón de San Pablo dejen de extraer oro ilegalmente y se dediquen a una actividad que impulse la economía y el desarrollo social de manera sostenible.
La firma adquiere el achiote a precios justos para extraer la bixina, un colorante natural utilizado en alimentos y cosméticos. Pero este proceso no es sencillo. Los investigadores de la empresa tardaron varios años en desarrollarlo con sus conocimientos biotecnológicos y de alta tecnología. Ahora, Colorganics exporta a Europa un colorante de origen natural sin restricciones ni contraindicaciones que, además de ser ambientalmente amigable tanto en la siembra como en la producción, está ayudando al desarrollo económico de una de las regiones más pobres del país.
De esto se trata la bioeconomía, un concepto surgido en los años setenta que busca crear, producir y comercializar productos a partir de la biodiversidad. Esta implica utilizar ciencias altamente especializadas como la biotecnología y la nanotecnología. Este modelo económico “concilia el elemento productivo con el respeto del medioambiente”, afirma Jorge Higinio Maldonado, profesor en Economía Agrícola, Ambiental y del Desarrollo, de la Universidad de los Andes.
En este mismo sentido, según Claudia Betancur, directora ejecutiva de Biotropic, “para la bioeconomía no solo es fundamental darle valor agregado a la biodiversidad a través de tecnología, sino que también debe generar beneficios sociales y ser amigable con el medioambiente”. Involucrar a las comunidades en el proceso de producción de un producto biotecnológico, pagar el precio justo, fomentar prácticas sostenibles son elementos importantes para que este modelo pueda funcionar.
Como lo demuestra el caso del achiote, la bioeconomía representa para el país una oportunidad de impulsar su desarrollo económico y afrontar los retos en materia de seguridad alimentaria, cambio climático y generación de energía limpia. “Con ella y la biotecnología podemos crear variedades de plantas resistentes a las altas temperaturas que en un futuro sufriremos por el calentamiento global”, afirma Santiago Roa, economista e investigador máster de Corpoica.
Más aún, “si se tiene en cuenta que Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo, la bioeconomía es la oportunidad perfecta para aprovecharla de una manera sostenible y así convertir al país en una potencia regional o mundial en la materia”, comenta Betancur
Si bien en Colombia algunas empresas y universidades se han encaminado por la senda de la bioeconomía, esta sigue siendo incipiente en el país. Según los expertos, aunque el gobierno desde hace unos cuantos años se ha interesado por el tema y ha diseñado algunos lineamientos como el Conpes 3697 sobre aprovechamiento sostenible de la biodiversidad, todavía falta desarrollar una política a largo plazo que cuente con suficientes recursos, pues impulsar la bioeconomía requiere grandes inversiones.
Por eso, investigadores y expertos esperan que el gobierno priorice la bioeconomía como modelo de desarrollo, ya que sería la mejor fórmula para aprovechar la vasta biodiversidad del país, conservarla y, de paso, promover el bienestar económico y social de comunidades que han vivido en la pobreza, como las que habitan en el Chocó.