Tras el secreto del mortal coctel de la rana dorada
Este anfibio, que sólo se encuentra en Colombia, es más
letal que la serpiente o el escorpión más venenosos. Aunque tiene un coctel
hipertóxico capaz de matar a más de 10 seres humanos en pocos minutos, aún
esconde muchos misterios. Relato de una científica que quiere resolverlos.
(Crédito imagen: Thomas Marent) |
Tenía 12 años la primera vez que vi a la rana dorada
venenosa en un documental de NatGeo. Descubrí en ese momento que el hermoso y
letal anfibio habitaba únicamente en Colombia y empecé a soñar con la
posibilidad de estudiar animales venenosos. Poco podía imaginar que nueve años
después estaría en un laboratorio de la Universidad de los Andes manipulando,
por primera vez, otra rana que parecía ser aún más tóxica.
Lo que tampoco podía imaginar es que este primer encuentro
me iba a dar el susto de mi vida y marcaría mi destino. Para manipularla usé
guantes de protección. Luego, siguiendo las indicaciones del profesor, lavé mis
manos con abundante agua, jabón y alcohol desinfectante. Una hora después
empecé a sentir un fuerte ardor en los ojos, lágrimas abundantes y
adormecimiento en la boca. Rastros de su veneno habían quedado en mis manos y
posiblemente me toqué los ojos y la boca. Por fortuna, el efecto pasó al cabo
de tres horas. Con vergüenza, debo confesar que mantuve el incidente en secreto
durante años para evitar un regaño del profesor.
Esa misma noche no pude dejar de pensar en las razones que
forzaron a este pequeño animal de no más de 4 centímetros a tener un veneno tan
poderoso. A diferencia de otras criaturas que usan las toxinas para cazar a sus
presas, la rana dorada cocina este coctel letal en su espalda para defenderse
de sus depredadores. No cuenta con colmillos, ni aguijones.
El coctel funciona como un escudo en forma de crema humectante que cubre su piel. Debe entrar en la boca o el torrente sanguíneo del depredador para producir su terrible efecto. Por su altísima letalidad la rana fue bautizada Phyllobates terribilis, el vertebrado más tóxico del mundo.
El enemigo de la rana es una serpiente: Erythrolamprus
epinephelus. Tras años de convivencia, este reptil ha sido capaz de desarrollar
resistencia al veneno de la rana, forzándola a modificar la receta del coctel
durante años de coevolución. La muerte de un ser humano solo ocurriría si pone
la rana en su boca o si el veneno penetra en alguna herida que permita su
entrada a la sangre. No existe ningún antídoto para tratar la intoxicación.
(Crédito imagen: Thomas Marent) |
Cincuenta años estudiando la fuente del veneno
Cuando se conocieron, la rana engañó al doctor John Daly, el
investigador que describió por primera vez la composición del veneno,
haciéndole pensar que ella era quien lo fabricaba. Esta orgullosa rana
deslumbró al doctor Daly cuando vio que monos de gran tamaño caían al suelo
desde 20 metros de altura después de ser alcanzados por dardos envenenados. Los
indígenas del Pacífico colombiano habían untado los dardos en la espalda de la
rana minutos antes. Pero la verdad se ocultaba en las hojas del suelo. Casi 30
años después, el doctor Daly descubrió que este anfibio y otros menos venenosos
robaban los ingredientes de los insectos de los cuales se alimentaban.
Hormigas comunes, minúsculos ciempiés, pequeños cucarrones y
ácaros microscópicos son los productores de veneno a los que acuden estas ranas
venenosas. Cautelosas, caminan por el suelo del bosque esperando cualquier
movimiento. Observan una rama moverse y en una milésima de segundo una lengua
pegajosa toca al insecto, que indefenso entra a una oscura cavidad. Es tragado
entero. En el estómago, la acción de los jugos gástricos empieza a digerir
lentamente la presa. El hígado libera enzimas especializadas para facilitar el
proceso. Los nutrientes y los compuestos tóxicos son transportados al
intestino, donde comienza la absorción. Luego, todo es negro, desconocido. Al
otro lado —no se sabe exactamente cómo— las toxinas del insecto llegan a unas
pequeñas bolsitas distribuidas a lo largo de la piel de la rana, esperando a
ser liberadas como crema humectante en pequeñas dosis. El doctor Ralph
Saporito, quien ha dedicado gran parte de su investigación a rastrear toxinas
de ranas en insectos de los cuales se alimentan, llama a este fenómeno
“secuestro de alcaloides”.
Esta es la historia resumida del “fleteo” que realizan todas
las ranas venenosas para crear infinidad de cócteles que hasta el barman más
especializado tardaría en aprender toda una vida. Sin embargo, en el caso de la
rana dorada, la verdad sigue estando oculta bajo el bosque. El doctor Daly
murió en el 2009 sin saber a quién robaba la rana dorada. De lo que sí estaba
seguro es que robaba a alguien, porque cuando las ranas eran transportadas a un
laboratorio y tenían crías, estas últimas no podían cocinar el coctel por falta
de ingredientes.
El otro misterio en este rompecabezas consiste en determinar si existe una cadena de robo en el sistema. Si los insectos primero roban las toxinas de plantas u hongos, como ocurre frecuentemente con otro tipo de compuestos.
Un veneno difícil de descifrar
El botín químico de la rana dorada tiene un nombre difícil
de pronunciar: batracotoxina. Es una sustancia mil veces más letal que el cianuro
y de tal complejidad química que muy pocos investigadores han asumido el reto
de sintetizarla. Cuando ingresa al cuerpo de un ratón de laboratorio le produce
de forma inmediata bruscos espasmos involuntarios en la espalda y las patas. Él
abre su boca y aspira con fuerza, intentando, sin éxito, capturar más aire del
ambiente. A veces los espasmos producen movimientos similares a una posesión
demoniaca y, de repente, el ratón cae al suelo y muere. Todo esto ocurre en
menos de un minuto.
Lo que sucede es que unos pequeños poros presentes en todas
las células musculares del ratón se alteran por la batracotoxina. En lugar de
abrirse y cerrarse, como normalmente hacen para mantener un equilibrio y de
esta forma facilitar movimientos de contracción y relajación en los músculos,
quedan abiertos permanentemente como un gran portón. Este desbalance afecta dos
funciones vitales: la respiración y el latido del corazón. La acción sobre
estos poros, conocidos como canales de sodio, que también tenemos los humanos,
hace que esta toxina tenga, al menos en teoría, el potencial de ser empleada
para el tratamiento de diferentes enfermedades. En la práctica, lo cierto es
que su letalidad atenta contra su futuro curativo: un paciente podría morir si
por equivocación toma más de una dosis. En mi caso, lo que creo es que resulta
más interesante de investigar es cómo y por qué la rana dorada decidió
secuestrar esta arma química en su piel para protegerse.
Una tarea titánica
Tras años sin saber cuál era el insecto al que la Phyllobates
terribilis le debía la vida, finalizando mi pregrado decidí con entusiasmo
que mi formación como bióloga y química me permitirían resolver este gran
misterio. En 2009, por la situación de orden público en el Cauca, no pudimos
viajar a la casa de la rana dorada. Decidimos, entonces, visitar a una especie
pariente en la selva chocoana, Phyllobates aurotaenia, que también roba la
letal toxina.
En este viaje hicimos dos descubrimientos: uno
revolucionario, que cuestiona todo lo que se sabe hasta el momento de ranas
venenosas, y otro sobre la naturaleza del problema al cual nos estábamos
enfrentando. Hasta el momento se creía que cuanto más venenosa era una rana más
exigente era a la hora de elegir las presas.
En 2005, la doctora Catherine Darst describió este fenómeno como “especialización dietaria”. Sin embargo, la Phylloabtes aurotaenia, una de las ranas más venenosas del mundo, no es un exigente comensal.
Come más
hormigas porque es lo que le ofrece el mercado de insectos del suelo chocoano.
Así que después de horas y horas de trabajo separando 84 clases de insectos y
rastreando cuidadosamente el preciado botín químico mediante análisis químicos,
no obtuvimos ninguna señal de batracotoxina. Resolver este misterio requiere
algo de suerte. Suerte para encontrar al insecto y para hallarlo en cantidades
suficientes que permitan llevar a cabo los análisis químicos.
Hoy, ocho años después, me doy cuenta de que lo que
ingenuamente me propuse en aquel momento como una tesis de pregrado no es
siquiera el trabajo de una tesis de doctorado, sino el trabajo de toda una
vida.
Ciertamente, la rana dorada tiene un coctel adictivo.
Anhelo, como quien ve a su ídolo musical en televisión, el día en que pueda
viajar a conocerla en el Cauca y estudiar su más oculto secreto. El veneno que
ingresó a mis células esa tarde en 2009 me seguirá motivando a descubrir la
verdad que se oculta en el bosque. Como lo expresa perfectamente el doctor
Saporito, “en el estudio de ranas venenosas, los mayores descubrimientos no
fueron algo que transpirara inmediatamente; en su lugar, ha sido resultado de
numerosos años de investigación colaborativa, experimentos diseñados
cuidadosamente y, en algunos, casos chiripa”. Que vengan, entonces, muchos años
más.
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