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¿Qué nos dicen las cavernas sobre cómo será el clima en Colombia?

La investigación de una colombiana en cavernas de Santander puede reescribir los libros de geología.



Hace 23.000 años, comenzó en la Tierra una de las épocas más frías de su historia. Las temperaturas bajaron drásticamente en todo el planeta y, como consecuencia, los casquetes polares empezaron a expandirse. Paulatinamente, el hielo y la nieve cubrieron buena parte de los continentes y los bosques y otros ecosistemas se tiñeron de una gélida capa blanca. 

En América del norte, el hielo alcanzó los dos kilómetros de altura y se extendió más al sur de lo que hoy es la frontera entre Canadá y Estados Unidos; en Europa, los países nórdicos se convirtieron en glaciares y los territorios que hoy ocupan Francia, Alemania, Polonia y hasta buena parte de España, Italia y Grecia se volvieron tundras. Un grueso manto de hielo cubrió el Atlántico norte, por el que, se cree, los humanos pudieron cruzar entre Europa y América.

En medio de aquel inhóspito paisaje, radicalmente distinto al mundo que hoy conocemos, soplaban frías corrientes de aire, arrastrando densas nubes de polvo. Solo algunas pocas regiones fueron ajenas a este patrón climático. Y una de ellas corresponde a lo que hoy es Colombia. ¿Qué pasaba aquí en esa sombría época? La respuesta podría encontrarse al interior de la caverna Los Carracos, en Santander.

Tragados por la oscuridad


Frente a nosotros hay un vacío de unos 20 metros. Para un espeleólogo experimentado, el que estamos a punto de ejecutar es un número de rutina. Para mí, en cambio, significa uno de los momentos más desafiantes que he enfrentado durante ‘Colombia subterránea’ y, por qué no, de mi vida: bajar haciendo rápel por este muro vertical al interior de la caverna de Los Carracos, en el municipio del Peñón, en Santander.

Todo será a oscuras y con las luces de nuestros cascos como único apoyo visual. La maniobra es indispensable para llegar a una de las cámaras de esta cueva que la geóloga colombiana Verónica Ramírez utilizó como laboratorio de estudio para su doctorado en la Universidad de Sao Paulo (Brasil) y con el cual pudo hacer un detallado análisis de cómo ha sido el clima en los últimos 100.000 años en Colombia a partir del análisis de los patrones de lluvias. Una muestra paleoclimática –el estudio del clima del pasado–sin precedentes. 

Debemos confiar ciegamente –en medio de tal oscuridad la frase cobra un sentido literal– en nuestros equipos de seguridad: arneses, mosquetones, descendedores y ascendedores. La cuerda por la que llegaremos al sótano de los Carracos cae al vacío asegurada en el extremo superior por un anclaje armado por Juan Carlos Higuera, nuestro guía espeleológico. Fijo mi descendedor a este hilo al que le encomendaré mi vida. Lentamente me giro para darle la espalda al abismo y con cuidado apoyo un pie tras otro en la resbalosa pared. Como en las películas de acción, el mejor consejo es no mirar hacia abajo. Paso a paso, uno tras otro, los miembros de la expedición llegamos hasta el suelo. Ahora estamos en un mundo subterráneo de oscuridad y silencio.


Imagen del interior de la caverna Los Carracos, en Santander. Foto: Juan Carlos Higuera

La biblioteca del clima


Ramírez, de 33 años y oriunda de Medellín, fue la siguiente en descender. Lo logró deslizándose con gran dominio de la técnica de rápel. No era para menos. La mujer adquirió toda su destreza como espeleóloga durante los años de su doctorado, cuando tuvo que explorar en varias ocasiones esta galería en busca de estalagmitas, esas formaciones rocosas en forma de columna que crecen en el suelo de las cavernas y que son el resultado de un lento proceso de acumulación de material que cae desde el techo. Estas llamativas estructuras constituyeron su objeto de estudio.

Durante cientos de miles de años, las gotas de lluvia que caen sobre la superficie van labrando su camino por las capas del subsuelo, hasta que llegan a las bóvedas de las cavernas; a través de este camino, esa agua va acumulando sustancias y, cuando finalmente toca el suelo de la caverna, lo hace cargada de sustancias como el carbonato de calcio y el oxígeno. Posteriormente, el agua se evapora dejando esos residuos sólidos, que son los que van construyendo las estalagmitas”, va explicando Ramírez a medida que avanzamos por la gruta.

La investigadora continúa con su explicación mientras nos adentramos varios cientos de metros en la cavidad. A medida que caminamos, evitamos pisar los gours, unos pequeños charcos que se forman por el agua que aún corre dentro de la caverna. El techo está adornado por estalactitas, las otras formaciones típicas de las cavernas de origen cárstico, es decir, que son producto de la erosión que genera el agua sobre las rocas calizas y que abundan en la denominada Formación Geológica Rosablanca, que reúne a la mayoría de las cavernas de Santander. 

Aunque son fascinantes, no estamos allí por estas enormes lágrimas de piedra, pues no son útiles para la investigación de Ramírez. Nuestro objetivo son las estalagmitas. En esta sala hay miles, de todos los tamaños y grosores. Sin percatarnos, entramos en una descomunal biblioteca del clima en el tiempo en la que los libros y los estantes los constituyen estas imponentes columnas de roca que guardan en su interior un valioso archivo sobre cómo se han transformado los patrones de lluvia durante milenios.


La geóloga Verónica Ramírez observando un espeleotema conocido como cortina. Foto: Juan Carlos Higuera

Rompiendo un paradigma


Ramírez se agacha y observa una estalagmita que se encuentra seccionada por la mitad y la ilumina con la luz de su casco: “mi investigación, que está por publicarse, consistió en estudiar las variaciones en los isótopos de oxígeno en las estalagmitas, los cuales contienen la señal del agua lluvia durante los miles de años que se toma su formación; luego, estas muestras las envié para su análisis a laboratorios de Brasil, China y México”, cuenta Ramírez y agrega que con los resultados logró determinar cómo ha sido el clima en Colombia durante los últimos 100.000 años, con un margen de error de tan solo cuarenta años. 

Esta que tengo en mi mano parece solo una roca, pero contiene un detallado registro de la pluviosidad, que es parte fundamental de todo el sistema climático, pues se relaciona con aspectos en apariencia distantes como la temperatura en los océanos y la acumulación de gases en la atmósfera, como el CO2”, asegura Ramírez.

De acuerdo con las investigaciones del geólogo estadounidense William Ruddiman, una autoridad mundial en paleoclimatología, hace 23.000 años el nivel global del mar era entre 110 y 125 metros más bajo que en la actualidad, por lo que las islas entre Asia y Australia estaban unidas, y Gran Bretaña se encontraba conectada con el resto del continente europeo. A este periodo se le conoce como Último Máximo Glacial (LGM, por sus siglas en inglés) y se enmarca dentro de la última Glaciación. Duró aproximadamente 5.000 años –hasta hace 18.000 años– y, según el consenso científico, las frías temperaturas vinieron acompañadas de una tenaz sequía que abrazó la mayor parte del territorio, llevando a que buena parte de los desiertos del mundo se expandieran y a que zonas con gran biodiversidad, como el amazonas, perdieran su cobertura forestal. 

Gracias a sus indagación, la científica Ramírez encontró que mientras todo el mundo pasaba por una intensa sequía en el LGM, en Colombia las lluvias arreciaban con vehemencia, lo cual contradice uno de los paradigmas instaurados en la paleoclimatología en el país, el establecido por el geólogo colombo holandés Thomas van der Hammen en los años 70. A partir del análisis del polen de la laguna de Fúquene (Cundinamarca) van der Hammen reforzaba la hipótesis imperante de la sequía durante el LGM. 

De acuerdo con Ramírez, su trabajo sirve para entender cómo las pequeñas variaciones en cada factor que constituye el clima repercute sobre todo el sistema. “Si la temperatura de los océanos aumenta siquiera una fracción de un grado habrá un efecto en el área de lluvias en la zona montañosa colombiana”, indica la experta y añade que su trabajo también permitiría ajustar algunos de los modelos que existen en la actualidad para hacer predicciones climáticas. Incluso, dice, pueden serán útiles para entender mejor fenómenos globales como el cambio climático. 

Durante el Último Máximo Glaciar las concentraciones de CO2, que es uno de los principales causantes del cambio climático, eran de 200 partes por millón (PPM), cifra a partir de la cual se han hecho modelos para entender el clima en el presente, cuando los niveles de CO2 son del doble. Gracias a mis datos contamos con información verificable que nos permitirá construir modelos más ajustados, con los cuales predecir con mayor precisión qué pasará en el futuro”, apunta.

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