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Una paradoja. Biotecnología: ¿riesgo o peligro?



Por María Luisa Pfeiffer


Los riesgos son un componente esencial de la sociedad contemporánea y de todo avance en tecnología, por el propio hecho de avanzar. Pero el riesgo puede convertirse en peligro. Es posible aceptar el riesgo, pero es imposible vivir en el peligro, porque nos precipita en la nada. El imaginario del desarrollo obliga a aceptar la tecnociencia como condición de progreso, con lo que se entra en una cadena inevitable, cuyas consecuencias son no solo desconocidas sino también inimaginables.



¿Significa esto que si el futuro que nos propone la biotecnología se transforma en peligro no podremos aceptarlo?



La modernidad es la que incorpora definitivamente a la filosofía el concepto del tiempo lineal progresivo, proveniente del judeo-cristianismo. Esa manera de vivir el tiempo, asociada a lo que desde Kant se denominó la "iluminación" (Aufklärung) de la razón y la concepción del hombre como ser esencialmente libre, dan origen al concepto de progreso, que desde ese momento se incorpora a toda filosofía de la historia como un supuesto. La consecuencia es que "el progreso", concebido como derrotero de la historia, forma parte del imaginario social de la actualidad.



Progreso va asociado necesariamente a técnica. Es imposible pensar uno separado de la otra; nacieron juntos y se retroalimentaron hasta convertirse en los valores supremos del conocimiento. En la actualidad, todo conocimiento, incluso el científico, está subordinado al progreso, al punto de considerarlo "inevitable". Pese a que -como dice Sábato- progreso comenzó escribiéndose con mayúscula, siguió escribiéndose con minúscula y hoy se escribe entre comillas, el progreso tecnológico parece tener brillo propio y, habiendo nacido del ejercicio de la libertad, ha adquirido para nuestra cultura el carácter ineludible del destino.



¿Es "inevitable" el desarrollo biotecnológico? Tanto los que anhelan su incremento como los que plantean razones para detenerlo consideran que lo es, y tanto unos como otros aceptan la imposibilidad de medir el riesgo a que tal progreso expone al humano.



UNA BOLA DE NIEVE



Los procedimientos metodológicos de la biotecnología parecen sometidos cada vez más a la velocidad y a la acción de la máquina (informática), lo que origina una sucesión de objetivos que nacen casi necesariamente de esa dinámica. Esto nos hace pensar en investigaciones que siguen su propia mecánica sin un fin establecido o en el experimento "para ver qué pasa", que parecen sujetos al azar. Se da así una doble paradoja:



1. la modernidad, que exalta la autonomía del hombre, termina sometiendo su libertad a un devenir cuyo fin no le pertenece;



2. la tecnología que nace de la necesidad de seguridad nos enfrenta al riesgo convertido en peligro.



Aceptar la tecnología es aceptar que se ponga en peligro el futuro; rechazarla es rechazar la historia, el pasado. La exaltación de la responsabilidad del hombre respecto de su futuro, que da origen a todo el planteo ético y político de la modernidad, llevándolo a separarse e independizarse de la divinidad para hacerse dueño de su historia, parece hoy ser un sueño del pasado. Asimismo parece serlo el dominio de la naturaleza para lograr un mundo seguro. Sin embargo, el humano no ha abandonado su vocación de libertad y sigue asociando su concreción a una vida amparada del peligro, puesto que este no propicia sino que condiciona la libertad a través del miedo.



Nadie puede fundar su futuro negando su pasado, pero tampoco puede fundarlo bajo amenaza. ¿Está el humano necesariamente sometido a un desarrollo tecnológico cuyas consecuencias parecieran escapar a sus designios? ¿Es posible que ni siquiera sea capaz de imaginar los riesgos a que pueden someterlo sus resultados? ¿Será verdad que fuerzas más poderosas que la voluntad de los hombres "manejan la tecnología"? ¿Puede el humano proponer un mundo sin investigación científica? ¿No es una enseñanza de la historia que ciertos efectos son medianamente predecibles, aunque no haya total certeza de cuáles son?



Lo propio de las paradojas es su contradicción perenne, o en realidad la imposibilidad de la contradicción, porque ambos términos son aceptables y rechazables a la vez. El problema aquí es que la dinánica a que está sometida la tecnociencia y por consiguiente la biotecnología en nuestros días, implica que necesariamente prevalece uno de los términos, por lo cual la paradoja estaría resuelta de hecho, sometiendo, sobre todo a los pueblos subdesarrollados, a un destino alarmante que los deja inermes y que tiene el nombre de desarrollo sustentable. "El devenir de la praxis se ha convertido en una nueva Moira" para los países del sur.



EL DESTINO


"Nada sobreviene por nada, sino que cada cosa llega por una causa y por necesidad", nos dice Leucipo, sintetizando maravillosamente todo el universo destinal de Grecia. El destino es para los griegos la suerte que le toca a cada uno en un encadenamiento universal que constituye la "rueda de la fortuna". Es el desconocimiento del acontecer de esta causalidad inmanente y necesaria al orden cósmico, lo que la hace aparecer como fortuna, y el deber del filósofo es llegar a ese conocimiento.



Esta idea del estricto encadenamiento causal marca fuertemente a la ciencia moderna, la cual sigue sosteniéndolo para el "reino natural". El hombre, sin embargo, como es el ser más carente a nivel natural, debe reemplazar ese orden causal por otro establecido desde su voluntad libre. La modernidad está movida por una voluntad de autonomía de la existencia, que busca llegar a una promoción ilimitada del ser del hombre. Al desaparecer la separación entre el hombre y su praxis, la ciencia y la técnica adquieren un nuevo estatuto y el campo de su ejercicio comienza a ser el sujeto mismo.



Una técnica es una violencia creadora aplicada sobre algo dado, en función de un fin establecido por el sujeto. Esto exige un plan, que sería el derrotero de la historia en que se van logrando los propósitos del hombre. La historia es planteada por la modernidad como un movimiento del que la voluntad libre del hombre es el motor. Pero, paralelamente, ese derrotero histórico puede leerse como un progreso necesario producido por el desarrollo de un "germen", una "idea", una ley intrínseca como podría ser la ley natural.



El progreso, en relación con la tecnología, es visto desde esta última perspectiva como si fuera la idea motriz de la historia que se va desplegando más allá de la voluntad de sus actores, los humanos. El resultado es considerar inevitable el desarrollo tecnológico, más bien que juzgarlo como resultado del ejercicio de la libertad. Esta es una realidad palpable, sobre todo en los países subdesarrollados, donde el conocimiento científico y la expansión tecnológica son requisitos para la sobrevivencia, en tanto que paso obligado para mejorar las condiciones de producción y de competitividad.



Por un lado constatamos entonces que en los países del sur se copian ciertas conductas de los países desarrollados, como ser la de dejar sistemáticamente de lado la consideración por los derechos legítimos del consumidor de diferenciar y elegir nada menos que los alimentos; y por otro que tanto el consumidor como los científicos quedan marginados en un proceso de crecientes intereses económicos, cuyo objetivo apunta directamente a la captura de mercados por parte de las grandes corporaciones. Y esto no sólo es aceptado y propiciado por los países del sur porque es la condición para poder entrar en el primer mundo, sino que es vivenciado y proclamado como inevitable. La cuestión del riesgo que puede producir un alimento trasgénico se transforma en un dato evaluable sólo atendiendo la productividad, y el beneficio económico que tienen un único sentido: el progreso.



La evaluación y la posibilidad de arrostrar riesgos, no solo en los países subdesarrollados sino en general, es rotundamente desigual. Las compañías monopólicas no están dispuestas a afrontar ni el más mínimo riesgo económico, como sería el que podría provocar el hecho de etiquetar los productos transformados genéticamente; en cambio, las poblaciones deben correr todos los riesgos, que en este caso no son económicos precisamente, sino que afectan sus vidas y la de sus tierras.



AMERICA LATINA


Tomaré como ejemplo del subdesarrollo a algunos países latinoamericanos citando algunas frases, escogidas sin demasiado detenimiento, provenientes de discursos políticos o de comentarios periodísticos. En Argentina, cuyo complejo sojero es el principal rubro de exportación, dice un periodista especializado de uno de los mayores diarios del país: "Gracias a las sojas transgénicas la Argentina es el productor más eficiente del mundo. Nuestro rendimiento es superior inclusive al de EE.UU".



Alentando a los productores, continúa el periodista: "los próximos alimentos transgénicos actuarán sobre el metabolismo de las plantas, logrando rendimientos insospechados. Las agriculturas que los adopten serán los futuros grandes proveedores de alimentos del mundo". Dejemos Argentina y vayamos a Brasil, a lo que dijo el secretario de Ciencia y Medio Ambiente de Pernambuco, al inaugurar en mayo de 1998 un centro de investigación para el mejoramiento genético de especies: "De esta manera, se produce una mejora de la agricultura y el consiguiente aumento de la competitividad del sector. A través del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología va a resultar más fácil formular y ejecutar programas, proyectos y acciones de investigación y de producción en Pernambuco"; o la explicación de la fusión de Dupont con Griffin: "Fue hecha con vistas a transformar al Brasil en una plataforma internacional de producción de plaguicidas agrícolas".



En Costa Rica se hizo una entrevista con el negociador del Protocolo Internacional de Bioseguridad, Alex May Montero, durante una visita de trabajo en Yucatán (México). En ella dejó en claro que la biotecnología es una realidad en materia de desarrollo alimentario, "que necesariamente tiene que incorporarse a América Latina si se desea alcanzar un mejor nivel de crecimiento". En México, Víctor Loyola Vargas, Premio Nacional de Química en el área de investigación "Andrés Manuel del Río", ante la oposición de grupos ecologistas a estos proyectos, afirmó que en tanto se cumpla con la ética y se observen máximos cuidados en el desarrollo de la ingeniería genética, "no hay problema alguno".



La biotecnología puede convertirse en uno de los negocios más importantes de los tiempos venideros, ya que es una fuente económica de valor creciente. Pero si esto representa una opción para los países del primer mundo, por las expresiones de los representantes del mundo en desarrollo, vemos que consideran que la biotecnología es el camino necesario para poner en pie de igualdad a sus países, que en general carecen de todo nivel de competitividad, con las potencias superdesarrolladas.



CONCLUSION


Luego del planteo de la ciencia realizado por Kuhn, quien considera que lo central en una "conversión" no es una comparación racional de las habilidades de los paradigmas para resolver problemas científicos, sino que es un problema de "confianza", la pregunta que se nos ocurre es esta: si los que conformamos el paradigma, que no somos solamente los intelectuales, tenemos confianza en la biotecnología. La intuición popular de que este proceso puede comprometer valores tales como la libertad de elección de los consumidores, el patrimonio de los productores y hasta la misma salud general, es fecuentemente comprobable.



Si queremos ver la secuencia de cambios de paradigmas como un progreso, este no puede ser meramente una racionalidad incrementada. La propia decisión de abrazar un nuevo paradigma está situada más allá de una mera elección racional, lo cual significa que el nuevo paradigma será aceptado cuando sea confrontado con una pluralidad posible de problemas y adoptado; y si una "decisión de ese tipo solo puede ser un acto de fe", podemos preguntarnos si el riesgo al que nos somete la biotecnología alimenta esa fe o si, en cambio,la socava.



Si bien es cierto que el riesgo es un componente esencial de la sociedad contemporánea, o aun más, que podemos utilizar como argumento que toda tecnología al avanzar genera riesgos, de tal manera que este es inevitable si aspiramos al progreso, también lo es que el riesgo puede convertirse en peligro, vale decir, ponernos ante la presencia inminente del mal.



Es posible aceptar y moverse dentro de un paradigma marcado por el riesgo, vale decir por la presencia de la contingencia esencial al ser humano, pero es imposible vivir en el peligro, porque es lo que debemos negar para continuar siendo. Identificamos el ser con el bien; más allá de toda asimilación a un absoluto, no podemos identificarlo con el mal, de modo que el peligro no puede ser propuesto como modo de vida, porque nos precipita en la nada.



¿Significa esto que si el futuro que nos propone la biotecnología se perfila como peligroso no podremos aceptarlo? Los experimentos realizados en los EE.UU., luego de la segunda guerra mundial, acerca de los efectos de la radiación atómica sobre las personas, tomaron estado público hace solo pocos años. En Gran Bretaña debió transcurrir casi una década para que el Ministerio de Salud se viese obligado a blanquear la escandalosa situación provocada por la enfermedad del BSE (mal de la vaca loca), a pesar de las advertencias formuladas por científicos "disidentes" desde muchos años antes, sobre los riesgos del consumo de carnes rojas de animales afectados por esa enfermedad. ¿Cuál es la razón de ese ocultamiento?



Podríamos decir que la biotecnología ya ha adquirido actualmente, para muchos, el carácter de sospechosa; incrementa este carácter la constatación de la creciente dependencia de la comunidad científica respecto de los intereses de las corporaciones, y que la concentración de poder económico y su desmedida influencia sobre la prensa y los gobiernos, son un elemento determinante para su desarrollo.



El hecho de que existan opiniones de expertos y de científicos que integran los organismos oficiales de contralor, en el sentido que la utilización de variedades transgénicas no importa riesgo alguno, y que paralelamente escuchemos a calificados componentes de la comunidad científica advirtiendo, con atendibles razones, acerca de los peligros irreversibles que ello puede importar para la agricultura, los seres humanos y los ecosistemas, hace que la sospecha del peso del interés económico a la hora de las decisiones, alcance niveles de relevancia. Una pregunta por demás sugerente podría ser: ¿por qué impera tanta opacidad en torno a los transgénicos si son tan inofensivos?



Los rápidos cambios nos están enfrentando a riesgos inéditos, muchos de ellos sin margen de elección posible. Vemos entonces que si no queremos renunciar a la ciencia y la tecnología debemos aceptar, casi inevitablemente, las potencialidades que éstas nos abren y los resultantes de poner en acto estas potencialidades. Vemos además que esto se vuelve inevitable para países que no están en condiciones de elegir, cuyo futuro se ve signado y comprometido por el presente de los países desarrollados, cuyo imaginario los obliga a aceptar la tecnociencia como condición de su progreso, porque es la cláusula tácita de su expansión económica.



Se crea así una cadena inevitable, cuyas consecuencias son no solo desconocidas sino incluso inimaginables y que nos pone frente a la paradoja planteada al principio de este trabajo y a preguntas muy concretas: ¿podemos cortar la cadena? Y si pudiéramos, ¿deberíamos hacerlo?



El riesgo, componente inevitable de toda investigación científica, nos empuja a preguntarnos si antes de continuar no tendríamos todos que adoptar una decisión responsable acerca de lo que es útil o nocivo, deseable o indeseable. En este contexto toma sentido y relevancia la propuesta que en diferentes lugares viene haciendo Bergel, la de sopesar la aceptabilidad social de los riesgos a fin de poder aplicar el principio de precaución al tema de los transgénicos. La aplicación de este principio revela una ética de la decisión cuyo sustento es la responsabilidad, necesaria en un contexto de incertidumbre. Proclamar la responsabilidad implica escaparnos de la necesidad, del determinismo de un accionar de cualquier tipo, sea político, científico o tecnológico. Jonas constata que, al permitirnos la biología la manipulación del ser humano, pasando de la posibilidad teórica a la posibilidad moral de neutralizarlo metafísicamente, estamos ante la posibilidad de "hacer lo que queramos, pero al mismo tiempo nos niega la guía para saber qué hacer". No hay una esencia a la que responder; nuestra libertad carece de pautas previas.



Y es precisamente esa libertad la que tenemos entre manos y no podemos perderla por inoperancia ante un seudodeterminismo que ni siquiera está fundado en razones metafísicas, sino que se nos impone de facto, con la prepotencia y el autoritarismo de lo inevitable.


http://www.chasque.net/frontpage/relacion/0204/biotecnologia.htm

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